España no está siendo derrotada desde fuera, sino desde dentro. No son ejércitos extranjeros los que amenazan nuestra unidad, ni potencias lejanas las que erosionan nuestra democracia, sino una élite política, económica e ideológica que ha perdido el sentido de Estado. La España que duele no se desangra por una invasión, sino por una metástasis interna que mina sus fundamentos: la ley, la convivencia, la verdad.
Los enemigos internos no siempre llevan bandera. A veces visten traje institucional, hablan desde púlpitos mediáticos o posan con rostro amable en campañas electorales. Pero el daño que causan es profundo: quiebran la confianza de los ciudadanos, pisotean la meritocracia, enfrentan territorios y manipulan la historia.
Una clase dirigente que coloca sus intereses por encima del bien común, que pacta con quienes quieren romper el país con tal de mantenerse en el poder, es más peligrosa que cualquier enemigo exterior. Porque lo hace desde dentro, desde el corazón de las instituciones. Y eso es precisamente lo que estamos viendo: una España institucionalmente debilitada, jurídicamente tensionada y moralmente confundida.
Las concesiones al separatismo, el desprecio por los órganos judiciales, el revisionismo interesado de la memoria y el uso partidista de los medios públicos no son políticas legítimas, sino síntomas de decadencia. Nos dicen que todo es diálogo, pero los hechos muestran chantaje. Nos aseguran que hay progreso, pero los datos sociales y la crispación creciente desmienten ese relato.
Y mientras tanto, el ciudadano medio asiste al espectáculo con hastío. Ve cómo se desmantela la igualdad ante la ley, cómo se privilegia a los desleales y se castiga a los que cumplen. Observa con resignación cómo la corrupción se vuelve estructural, cómo la impunidad se disfraza de “normalidad democrática”.
España no está siendo vencida porque sea débil. Está siendo desgarrada por quienes, desde dentro, no la respetan. Por quienes creen que el Estado es un botín, no un deber. Por quienes usan la nación, pero no la sirven. Por quienes han confundido gobernar con dividir, y dialogar con ceder.
Y sin embargo, hay esperanza. Porque este país ha sobrevivido a traiciones mayores. Pero para reconstruir España, primero hay que reconocer una verdad incómoda: nuestros peores enemigos no llevan uniforme extranjero, sino despacho en casa.
Ángel (Miche)

