Sin una nueva Constitución, España no tiene salvación (dicen los de siempre)

Ya está todo claro. El paro no se arregla, la sanidad colapsa, la educación va cuesta abajo, pero tranquilos: todo se resolverá mágicamente si cambiamos la Constitución. ¡Eureka! ¿Quién necesita empleo, vivienda o justicia cuando podemos tener una Carta Magna con lenguaje inclusivo, preámbulo ecológico y artículos redactados por tuiteros ilustrados?

Según los nuevos sabios del régimen (y no hablo del de 1978, sino del régimen tuitocrático actual), el problema no es la corrupción, la incompetencia o el clientelismo político: el problema es ese vetusto texto redactado en plena Transición, que ha tenido la desfachatez de aguantar más que muchas leyes, partidos y matrimonios contemporáneos.

Nos dicen que la Constitución está «agotada». Claro, como si fuera un yogur caducado. Y lo dicen los mismos que la ignoran sistemáticamente: los que pisotean la separación de poderes, los que reparten los jueces como si fueran cromos, y los que pactan con partidos que no creen en España… para salvar España. Lógica 2.0.

Una nueva Constitución —nos explican con solemnidad— solucionaría todos nuestros males: acabaría con el machismo, borraría el franquismo residual que vive en las farolas, resolvería el conflicto catalán con abrazos constitucionales y nos convertiría, por fin, en un país «plurinacional, feminista y resiliente». Eso sí, sin explicar exactamente qué significa todo eso.

Y mientras tanto, los ciudadanos seguimos esperando a que alguien gobierne, en lugar de refundar todo cada dos semanas. Porque igual no hace falta tirar abajo los cimientos del edificio: basta con limpiar las tuberías, cambiar a los inquilinos y, quizás, pedir que devuelvan lo robado.

Pero no. Cambiar la Constitución es mucho más cómodo. Queda bien en los titulares, da votos entre los convencidos y, lo mejor de todo, permite no hablar del presente: ni del paro juvenil, ni de la deuda pública, ni de las listas de espera, ni de la okupación legalizada. Porque si algo caracteriza a nuestros ilustres regeneradores es su obsesión por reformar el papel… pero no las prácticas.

Así que prepárense. Se viene una «nueva Constitución para una nueva España». Más moderna, más sensible, más sostenible, más identitaria y, probablemente, más inútil si sigue en manos de los mismos de siempre. Eso sí: el papel será reciclado.

Ángel (Miche)

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