La orgía del puño y la rosa y el acoso al «capo» Sánchez

La escena política española atraviesa un periodo de histeria colectiva donde la ética pública, la estrategia de partido y el relato emocional se entremezclan como en un cóctel explosivo. En el centro del huracán: Pedro Sánchez. El «capo», como lo llaman algunos con media sonrisa y otros con abierta hostilidad. Un líder que, guste o no, ha convertido la política española en un teatro de alta tensión.

La llamada «orgía del puño y la rosa» no es más que una metáfora —no tan sutil— de lo que el PSOE está viviendo: una borrachera de poder, fidelidad cerrada y culto al líder. Porque sí, el partido ha cerrado filas como pocas veces en su historia reciente. Ni Zapatero, ni Rubalcaba, ni siquiera Felipe González en su esplendor disfrutaron de un respaldo tan absoluto en medio de tanto ruido externo. Pero la pregunta es: ¿unidad o sumisión?

Pedro Sánchez no gobierna solo, pero todo gira en torno a su figura. Y ahí está el dilema: cuando un líder se convierte en el escudo, el símbolo y la estrategia, cualquier crítica a su entorno se interpreta como un ataque personal. Así, la reciente polémica en torno a Begoña Gómez, el uso del Falcon o las investigaciones abiertas han sido recibidas como «persecuciones políticas», «bulos de cloaca» o directamente «acoso institucional». ¿Todo es conspiración? ¿Nada se puede debatir sin caer en la traición?

Y sin embargo, es cierto que parte del entorno mediático y judicial ha adoptado un tono que parece más inquisitorial que informativo. El «capo» no está solo bajo presión: se intenta desgastar al Gobierno por cualquier vía, incluso antes de que la verdad se establezca. Hay una pulsión vengativa en ciertos sectores que ya no ocultan su deseo de ver caer al líder socialista como trofeo político.

Pero eso no justifica que desde Ferraz se haya construido un relato casi mesiánico, donde Sánchez aparece como víctima redentora, mártir del sistema, esposo ejemplar y estadista incomprendido. Ese exceso, esa orgía simbólica del puño (la disciplina) y la rosa (la sensibilidad forzada), no suma credibilidad: resta autocrítica. El poder sin frenos tiende al autoritarismo emocional.

España no necesita ni persecuciones ni autoindultos morales. Necesita instituciones sólidas, partidos que respondan, líderes que den explicaciones sin dramatizar y medios que informen sin alimentar trincheras. Todo lo demás es ruido. Una orgía de gestos, símbolos y relatos que no resuelven ni uno solo de los problemas reales de los ciudadanos.

Ángel (Miche)

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