El fraile mujeriego que Carlos V convirtió en su arma secreta contra los bereberes

Pedro de Alcalá, clérigo polémico y políglota, pasó de escándalo eclesiástico a espía imperial en el Norte de África

Granada / Argel – Fue fraile, lingüista, seductor e informante. Pedro de Alcalá, un franciscano andaluz con fama de mujeriego y poco amigo del voto de castidad, terminó siendo la insólita elección del emperador Carlos V como agente clave en su estrategia contra los bereberes del norte de África. Lo que empezó como un escándalo clerical acabó convirtiéndose en un valioso activo del Imperio español en plena expansión mediterránea.

La figura de Pedro de Alcalá, poco conocida fuera de los círculos académicos, ha resurgido gracias a nuevas investigaciones históricas que detallan su doble vida entre la devoción y el espionaje. Su dominio del árabe y del bereber, así como su profunda comprensión de la cultura musulmana, lo convirtieron en una rareza en la Europa del siglo XVI. Pero también fue su carácter indisciplinado, su falta de escrúpulos y su capacidad para infiltrarse en entornos hostiles lo que llamó la atención de la corte imperial.

Un fraile atípico con pasión por las lenguas (y las mujeres)

Pedro de Alcalá nació a finales del siglo XV en el Reino de Granada, poco después de la toma de la ciudad por los Reyes Católicos. Ingresó en una orden religiosa, probablemente los franciscanos, pero pronto se distanció de la ortodoxia. Más que la liturgia, lo que le fascinaba eran las lenguas semíticas. Se convirtió en uno de los primeros europeos cristianos en redactar gramáticas y vocabularios del árabe vulgar y del bereber. Su Arte para ligeramente saber la lengua arábiga, publicado en 1505, es considerado uno de los primeros textos impresos en árabe en Occidente.

Sin embargo, su vida religiosa era, por decirlo suavemente, poco ejemplar. Diversos testimonios de la época lo acusan de mantener relaciones con mujeres, de vivir fuera del convento durante largas temporadas, y de moverse en ambientes “poco edificantes” para un fraile.

Del escándalo a la diplomacia encubierta

Lejos de marginarlo, su perfil llamó la atención del entorno de Carlos V, que a principios del siglo XVI se enfrentaba al desafío creciente de los corsarios berberiscos y del Imperio Otomano en el norte de África. España necesitaba información fiable sobre las costumbres, lenguas y alianzas tribales en la zona. Y Pedro de Alcalá, con su conocimiento del terreno y su fluidez lingüística, era el candidato ideal.

Según documentos rescatados del Archivo General de Simancas, Pedro fue enviado en varias ocasiones a la región de Argel y el Rif con funciones diplomáticas encubiertas. Se hacía pasar por converso o mercader, y lograba ganarse la confianza de jefes locales. Transmitía informes sobre movimientos navales, posibles alianzas, e incluso negociaba rescates de cautivos cristianos.

Una vida entre dos mundos

Pedro de Alcalá vivió entre dos mundos. Vestía como fraile en la península y como comerciante morisco en el Magreb. Sus informes se convirtieron en material estratégico para el Consejo de Estado de Carlos V. También ayudó a formar a otros intérpretes y espías en la llamada Escuela de Intérpretes de Granada, germen del espionaje moderno en el Mediterráneo.

Pero su vida terminó como empezó: envuelta en misterio. No se sabe con certeza cuándo ni dónde murió, aunque algunos indicios apuntan a que falleció en la actual Orán, tras una última misión que nunca fue documentada oficialmente.

Un espía olvidado

Pedro de Alcalá no fue un héroe militar, ni un mártir religioso. Fue un híbrido cultural en tiempos de fanatismos. Su legado, ignorado durante siglos, es hoy revisitado como ejemplo de las complejidades del contacto entre culturas en la frontera hispano-musulmana.

“Era un traidor para unos, un espía para otros y un sabio para muy pocos”, resume el historiador Fernando García-Arenal, que ha estudiado su obra. “Pero sin tipos como él, el Imperio no habría sabido moverse en el terreno que más temía: el de la lengua y la mente del enemigo”.

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